Las glándulas sudoríparas se encargan de la transpiración, un proceso esencial para la supervivencia humana. Tienen como función mantener estable la temperatura corporal, evitando un sobrecalentamiento del organismo. Existen entre dos y cuatro millones de glándulas sudoríparas distribuidas por el cuerpo. Hay dos tipos de glándulas, las ecrinas y las apocrinas.
La mayoría son glándulas ecrinas, que se encuentran distribuidas por casi toda la superficie corporal, siendo más abundantes en las plantas de los pies, las palmas de las manos, la frente, las mejillas y las axilas.
Las glándulas sudoríparas ecrinas segregan un sudor inodoro, incoloro y acuoso que es el que ayuda al cuerpo a regular su temperatura, eliminando el calor por medio de la evaporación. Por lo general, este tipo de sudor es el que se ve involucrado en los problemas de hipersudoración.
El otro tipo de glándulas sudoríparas son las apocrinas. Éstas se encuentran principalmente en las axilas y en la zona genital. El fluido que producen es más denso y con más cantidad de ácidos grasos y otros lípidos, de tal forma que cuando entra en contacto con las bacterias que se encuentran en la superficie de la piel se metabolizan y produce el olor corporal.
Ambas glándulas se activan por medio del sistema nervioso, que suele responder a una variedad de estímulos, incluyendo principalmente el aumento de temperatura corporal, pero también cambios hormonales, las emociones y la actividad física.
A nivel evolutivo, las glándulas apocrinas fueron las primeras en aparecer. En los humanos, su presencia se ha limitado a la zona preumbilical, areola, axilas, pubis, escroto, región perianal, párpados y canal auricular.
En cambio, las glándulas ecrinas aparecieron más tarde en la evolución filogenética, y se encuentran distribuidas a lo largo de toda la superficie del cuerpo. Por este motivo, las apocrinas son mucho menos numerosas que las ecrinas.
El exceso de activación de las glándulas sudoríparas
Quienes padecen sudoración excesiva o hiperhidrosis suelen tener glándulas sudoríparas que reaccionan en exceso a los estímulos o que son simplemente hipersensibles a estas señales, produciendo más transpiración de la necesaria o habitual.
A menudo se describen los síntomas de las personas que sufren esta incómoda alteración como resultado de tener estas glándulas activadas constantemente, especialmente las ecrinas, como si nunca cesaran su actividad.
Es necesario recordar que, a pesar de las creencias populares, el sudor no está compuesto de toxinas y, por tanto, no es posible expulsar las toxinas mediante el sudor. Más bien al contrario, el sudor está compuesto por agua en su práctica totalidad, con pequeñas cantidades de hidratos, sal, proteínas y urea.
De hecho, los riñones y el hígado son los órganos responsables de la desintoxicación del cuerpo, no las glándulas sudoríparas. Esto significa que la hiperhidrosis o el exceso de transpiración no produce el mal olor, sino que éste se produce por el contacto del sudor apocrino con las bacterias de la piel.
Además, hay que tener en cuenta que no todo el sudor excesivo es de la misma naturaleza. Puede que, en ocasiones, una transpiración desproporcionada sea el síntoma de un trastorno u enfermedad más grave. En este caso, se daría una hiperhidrosis secundaria, y habría que tratar la problemática de base.
Entre las enfermedades que suelen causarla se encuentran la diabetes, algunos tipos de cáncer, infecciones, trastornos cardíacos, problemas hormonales o del sistema nervioso.
Hidradenitis y glándulas apocrinas
Es importante destacar que las glándulas apocrinas se desarrollan en asociación con los folículos pilosos. La función del sudor apocrino no está clara, pudiendo haber desempeñado a nivel evolutivo alguna función respecto a la atracción sexual. Como ya hemos visto, sus secreciones son inicialmente inodoras, pero desprenden olor al entrar en contacto con las bacterias de la piel.
La hidradenitis es una enfermedad crónica que afecta a la piel y puede llegar a causar importantes afectaciones a quienes la padecen. En ella tiene lugar una inflamación crónica y en brotes de la unidad formada por la glándula apocrina y el folículo piloso. En su desarrollo puede verse una obstrucción de la salida del contenido de estas glándulas, con inflamación y proliferación de bacterias.
Esto hace que se puedan formar quistes y, cuando un quiste drena, el material inflamatorio se distribuye en los folículos cercanos y el proceso se mantiene en el tiempo. Con su evolución, se llegan a crear conexiones entre quistes (fístulas), que conectan los folículos y hacen más fácil que se extienda la inflamación.
Este trastorno parece llegar a afectar a un 2-3% de la población, siendo más frecuente en las mujeres. Suele acompañarse de picor intenso, dolor y cicatrices, en ocasiones llegando a afectar la vida social de quienes lo sufren. Además, se asocia a la obesidad y el tabaquismo.
Tras un diagnóstico adecuado, los profesionales sanitarios pueden recurrir a múltiples terapias para frenar este problema crónico, tales como fármacos antibióticos y antiinflamatorios, drenaje quirúrgico de los quistes y/o eliminación del vello con depilación láser.
Si sospechas que puedes padecer esta enfermedad, lo más recomendable es acudir a un médico especialista para que realice un diagnóstico e intervenga con el tratamiento más adecuado para tu caso.